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Viva el Perú

Viva el Perú Carajo…

Reflexionemos

Otra del Fin del Mundo…

El hombre abrió la puerta de su Departamento. Dejó colgados el abrigo y el sombrero como siempre acostumbraba hacer. Encendió el fuego de la cocina y puso agua en la tetera para tomar el té. Luego se dirigió al cuarto de baño donde se sacó la ropa y se dispuso a tomar una ducha. Se miró de soslayo en el espejo. La suciedad en forma de una infinidad de manchas negras como la noche cubrían la blanca y vieja piel de toda su humanidad.

No recordaba desde cuando seguía el mismo ritual… todos los días… incansablemente.

Abrió la llave y cuando comenzó a salir agua caliente ingresó a la pequeña tina donde tomó la esponja y el jabón y comenzó a limpiarse. Lo hacía cuidadosamente… como si no quisiera desprenderse de aquella negrura adherida a la piel, sin embargo sabía que debía hacerlo… por su bien… por el bien de todos.

Y es que esa era su misión, recorrer las calles incansablemente recogiendo y llevando sobre su piel , todos nuestros errores, desaciertos, egoismos, desamores… toda nuestra maldad para luego lavarla y darnos una nueva oportunidad, un día más de esperanza.

Cuando hubo terminado, se secó. Se vistió ropa cómoda y enfiló a la cocina donde el silbido de la tetera le anunciaba la hora del té. Se preparó una taza con un par de tostadas con mantequilla. Mientras comía no podía dejar de pensar en lo reconfortante y mágica que era esa hora. El volver a casa, el sentarse a tomar té bajo la cálida luz de la lámpara sobre la mesa. Sin embargo el té ya no sabía tan dulce y las tostadas no eran tan crujientes como antes. Una lágrima quiso asomarse por su ojo verdadero pero la contuvo, como siempre hizo.

Salió a la terraza de su departamento. Encendió un cigarrillo. El mundo allá abajo se movía despreocupado, acelerado, egoista, impersonal.

-Creo que ya has crecido- le musitó al mundo -Quiero descansar…

Apagó el cigarro… y voló.
Y el Mundo lloró pues por primera vez se sintió solo.

 
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¿Vale la Pena Vivir la Vida?

“Si se pudiera proteger a los acantilados de las tormentas, nunca podría admirarse la belleza de sus quebradas”

Elizabet Kübler

Muchas veces hemos sentido que la vida no vale la pena vivirla. En un caso extremo, escuché en la radio a una mujer que decía: “No quiero tener hijos, porque solo se viene a este mundo a sufrir. Y quiero ahorrarles ese sufrimiento”.

Pero… ¿Realmente la vida es así? ¿O nosotros la hacemos así?

Lo que realmente te hace sufrir, no es la vida en sí… son tus expectativas respecto a cómo debería ser el mundo o cómo debería actuar tal persona.

Por ejemplo, cuando te enojas con tu pareja porque no llegó a tiempo o no te expresa su amor como a ti te gustaría que lo hiciera.

Entonces, lo que te daña no es tu pareja… son tus pensamientos y emociones con respecto a como debería actuar tu pareja, de acuerdo a la etiqueta del hombre o mujer perfecto que tienes.

Si sufres porque la vida es cruel… es porque tienes un concepto equivocado de lo que realmente es. Crees que en la vida todo debería ser felicidad.

Imagínate que piensas que un bosque debe ser con puras rosas, ríos limpios, venados corriendo, un sol reluciente y una suave lluvia.

Pero cuando vas a uno ¡Oh sorpresa! También hay insectos, serpientes… y la lluvia ¡es un diluvio!

Imagínate sufriendo porque lo encontraste así y diciéndote “No vale la pena estar en un bosque, es horrible: serpientes, bichos ¡que horror!” ¿No tiene sentido verdad?

En el fondo sabes que así es un bosque. No como tú pensabas que era. Lo que puedes hacer, es estar alerta contra las serpientes. También, cubrirte para que la lluvia no te moje.

Y disfrutar las rosas que veas y los venados.

Simplemente aceptas la naturaleza como es y no te lamentas. Te adaptas a ella.

En la vida, es igual. Cuando la vemos como un paquete completo, en el que hay amor, muerte, instantes imborrables y fracasos dolorosos, la aceptas como es.

A partir de esa aceptación, puedes adaptarte a ella. Pregúntate que capacidad dormida en ti, necesita salir a flote cuando te enfrentes a un nuevo desafío.

Por ejemplo, yo de niño no sabía bailar salsa. La necesidad de gustarle a las niñas me hizo aprender ¡Ahora he llegado hasta dar clases de baile!

Me daba miedo hablar en público. Era muy tímido. La necesidad y las circunstancias me obligaron ha hablar en público ¡Ahora soy conferencista! Imagínate cuantas capacidades dormidas en mí, se han despertado por la necesidad.

Siempre pregúntate ¿Qué capacidades dormidas en mi tienen que salir a flote con este desafío?

El dolor y las derrotas son una gran oportunidad para replantearnos como estamos viviendo la vida. Te confieso que acostumbro caminar cerca de los bosques, lejos de la gente, cuando las tormentas de la vida hacen que se me pongan las cosas difíciles.

Anclarme dentro del ruido cotidiano cerca de la naturaleza, dándome un breve espacio para reflexionar acerca de mis desafíos actuales y replantearme nuevas metas, ha sido invaluable para mi.

Si no, ya me habría vuelto loco.

Te recomiendo que hagas lo mismo. Busca un espacio diario de reflexión.

Todos somos producto de nuestras reacciones ante los retos. Somos hermosas quebradas hechas por las tormentas de la vida.

“Un guerrero acepta su suerte, sea cual sea, y la acepta con total humildad. Se acepta a sí mismo con humildad, tal como es; no como base para lamentarse, sino como un desafío vital”

Juan Castaneda

Tus circunstancias acéptalas como son, y pregúntate “¿Qué puedo hacer al respecto?” Te sorprenderá como a mí lo sencillo que es solucionar un problema, una vez que dejes de pensar en el y te enfoques en resolverlo.

Generalmente, las mejores oportunidades de nuestra vida, vienen disfrazadas de problemas.

No importa cuales sean estos. Siempre existe una solución.

Así que ¡ha disfrutar la vida se ha dicho!

Suerte

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Por qué Celebro la Navidad

En la mitología griega, Apolo, hijo de Zeus, dios de la luz, fue desterrado del Olimpo y convertido en mortal como castigo por su rebeldía. Heracles, también hijo de Zeus y de una reina mortal, es convertido de hombre en dios hacia el final de sus días en mérito a sus hazañas. Al dios Prometeo, por haber osado devolver el fuego a los hombres desafiando a Zeus, no se le castiga con la pérdida de la inmortalidad, pero se le encadena a una roca para que su hígado sea devorado ritualmente cada día por una enorme águila y experimente así el dolor de la muerte por toda la eternidad. Es así que la relación entre lo divino y lo humano pareciera ser la historia de la relación entre la gracia y la condenación.
Curiosamente, la navidad cristiana celebra más bien la insólita decisión de un dios de hacerse mortal voluntariamente en nombre del amor. Más aún, la decisión de convertirse en un hombre pobre, en el seno de una familia humilde, de una ciudad marginal, y de un pueblo sometido y despreciado por Roma.
Lo que se registra de la trayectoria de Jesús como personaje histórico da cuenta, en efecto, de alguien de origen muy humilde que gozaba de una enorme ascendencia entre su gente, y que no buscó nunca ser aceptado por la aristocracia de su tiempo ni, mucho menos, congraciarse con el poder. Por el contrario, fue alguien que buscó compenetrarse con los segmentos más excluidos de su propio pueblo. Se esforzó además en demostrar que la virtud y la grandeza estaban asociadas a la sencillez y la apertura a los demás, y que la pobreza era un estado material escandaloso pero no un estigma moral ni una degradación del espíritu.
En otras palabras, la trayectoria de Jesús confirma el sentido del gesto original, el de la radical humanización de un dios todo poderoso: compasión, solidaridad, apertura, disponibilidad, entrega y compromiso generoso con la necesidad del otro, en particular del más débil, del que se encuentra en situación de mayor fragilidad.
La navidad en su dimensión más festiva no debiera celebrar otra cosa más que esto. No el nacimiento de un niño dios sino la transformación de un dios en niño, es decir, en un ser humano en su estado más vulnerable, en medio del olor de las vacas por añadidura, despojado de todo privilegio. Si celebramos y, sobre todo, si adherimos al testimonio de semejante desprendimiento en nombre del amor, poco importa si la escenografía de la fiesta navideña está compuesta por símbolos andinos u occidentales o si las circunstancias personales que rodean a esta fecha no son eventualmente las más afortunadas.
Se ha discutido siempre, además, la distorsión mercantil que ha hecho de la navidad la sociedad de consumo, pero valgan verdades, la ausencia de regalos al pie del árbol no es mejor que su abundancia, si acaso no perdemos de vista dónde exactamente es que necesita estar depositada la razón de nuestra esperanza y cuál es el compromiso de vida que necesitaríamos evaluar y ratificar cada diciembre. O, simplemente, comprender y valorar desde posturas legítimamente más agnósticas.
«Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año» dijo Charles Dickens alguna vez. Quizás se refería, justamente, a esta necesidad de comprender que la fiesta conmemorativa o la alegría de estar juntos no son motivo suficiente para hacer de la navidad una genuina celebración del amor. Es decir, del amor comprometido, que implica el descubrimiento y la aceptación del otro, más allá de las fronteras del propio interés o conveniencia personal.
Algo nada fácil para quienes se han acostumbrado a asociar la noción de dios a una entelequia invisible y abstracta a la que se le puede rendir culto con comodidad y sin mirar a nadie. Yo celebro la solidaridad y también la esperanza de llegar a ser alguna vez un país cuyos habitantes se distingan por su apertura genuina y permanente al derecho y a las necesidades de los demás.

Instrucciones para Subir una Escalera

Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situá un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de transladar de una planta baja a un primer piso.

Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).

Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.

Julio Cortázar

Ser Maestro en Tiempos Modernos

En el Día del Maestro:

Decálogo del “buen” profesor

Por: Wilfredo Pérez  Ruiz (*)

Habitualmente, escuchamos calificativos generosos, elocuentes y emotivos sobre la importancia del quehacer docente. Son muchos los discursos y anuncios, en su “reconocimiento” por el “Día del Maestro” (6 de julio). Me permito recomendarle, mi estimado colega, seguir los siguientes pasos de manera minuciosa sino desea frustrar su estabilidad laboral.

Primero, cuando asista a reuniones de profesores no cometa la “imprudencia” de decir lo que piensa haciendo empleo de su inútil honestidad intelectual. Si interviene elogie a los directivos y exprese conformidad y complacencia con la marcha de la corporación. No efectúe cuestionamientos, observaciones o críticas; será considerado un disidente. Tampoco espere que sus colegas lo secunden en sus puntos de vista, aun cuando estén de acuerdo. No olvide que en nuestra patria se mantiene vigente “el pacto infame de hablar a media voz”, como decía el maestro Manuel González Prada.

Segundo, si se retrasan en el pago de sus remuneraciones (algo común en las empresas educativas), no se sorprenda. Siempre hay “inconvenientes” para cancelar sus honorarios. Sin embargo, los dueños salen de vacaciones al extranjero, renuevan sus automóviles todos los años, entre otros lujos que evidencia que la crisis solo afecta al profesor que llega a trabajar en combi. No olvide que usted es un proveedor.

Tercero, no sea demasiado severo en la disciplina. Por su culpa se quejará el alumnado y lo llamarán para decirle que los “comprenda”. Deles permiso para salir del aula, comer, masticar chicle, hablar por el celular y hacer cuanta actividad quieran mientras desarrolla su clase. De lo contrario, se vengarán al resolver la encuesta para evaluarlo y sus resultados serán empleados según la conveniencia del centro de estudios.

Cuarto, no pretenda hacer pensar a sus discípulos, dirán que es muy exigente. Si entrega sus capacidades, habilidades, energías y buena voluntad con el afán de mejorar su adiestramiento, contribuirá a la deserción educativa y, consecuentemente, a disminuir los ingresos económicos. Cuidado con desaprobar muchos alumnos, será considerado un desestabilizador de las finanzas. En una entidad de “formación bancaria” donde trabajé (por decencia renuncié el año anterior) uno de sus funcionarios me digo: “Usted no se da cuenta que gracias a los alumnos llevamos nuestros frejoles a casa”. Sin duda, una “verdad” enciclopédica.

Quinto, no hable de ningún tema que permita al educando tener un conocimiento agudo de la realidad nacional. Puede ser calificado de “comunista”, “anti sistema”, “sindicalistas”, etc. Dicte su clase, resuelva consultas solo académicas, entregue sus notas y cobre a fin de mes. Si puede hágase el sordo, ciego y mudo y verá que bien le va. Esto último es un requisito para no ganarse conflictos y no salir del tercermundismo moral en el Perú.

Sexto, tenga mucho cuidado con lo que piensa, dice y sugiere. Sepa que: “Cualquier cosa que diga puede ser usado en su contra”. Aprenda a adaptarse o no volverán a contar con sus servicios. No se sorprenda de ser el caso que usen su separata, syllabus, exámenes y todos sus materiales elaborados gracias a su ejercicio neuronal, de manera gratuita. La piratería intelectual es una práctica cotidiana y no hay derecho a reclamo. No sea ingenuo, negocios son negocios.

Séptimo, no espere “coherencia” en este oficio. Siempre dirán que el alumno es lo más importante, que se preocupan por su “formación integral” y que usted hace bien su trabajo. No se sorprenda que al concluir el ciclo de estudios no sea programado y su curso se lo den a un recomendado. “Es política de la institución reservarse el derecho de prescindir del docente cuando se requiera”, explicarán. Así de “objetiva” es la evaluación de su desempeño. Hasta aquí con el decálogo.

De mi parte, algunas idealistas y antojadizas reflexiones. El desenvolvimiento de la pedagogía demanda, esencialmente, estándares morales que sean observados por el alumno como un referente que inspire fe, ilusión y credibilidad para su porvenir. Nuestra tarea no consiste en transmitir conocimientos, cifras y datos: nuestra misión es constituirnos en un ejemplo personal y demostrarles, con la consecuencia de nuestra conducta, que la vida es mucho más que un título académico y un número acumulado de horas de prácticas. Esa es la razón que debe inspirar a dedicarnos a esta noble misión. ¿Algún día será entendido así?

La formación de los alumnos debe incluir, igualmente, el ejercicio del pensamiento, la actitud crítica y el cuestionamiento reflexivo. Todo ello, facilitará formar una sociedad de profesionales libres y capaces de defender sus derechos y de levantar su voz valiente de protesta ante la injusticia y el abuso. Ese es un objetivo central de la enseñanza en una sociedad sumisa, invertebrada e insolidaria como la nuestra. No solamente hay que darles información sino elementos indispensables para abrir sus ojos ante el engaño, la arbitrariedad y las vicisitudes del mañana.

Los profesores tenemos vocación para educar, formar, transmitir conocimiento y dar una enseñanza de vida. Es una tarea incomprendida, pero la vida es un horizonte de dificultades y un manantial de nuevas posibilidades, una oportunidad para brindar una lección de decencia, una lección insólita y necesaria que se otorga en el aula y no desde una oficina burocrática. Mi homenaje sincero y cálido al maestro que hace de su actuación, a pesar del “sistema”, un apostolado diáfano, honesto y esperanzador.

(*) Docente, conservacionista, consultor,  miembro del Instituto Vida y ex presidente del Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda. http://wperezruiz.blogspot.com/